... y otros cuentos, por Julio de Miguel Madrazo, ibm9001@gmail.com

Aquí tienes una breve reseña de mis cuentos en este blog y más abajo los encontrarás, por si te apetece leerlos.

Si quieres reproducirlos debes citar la fuente y mandarme un correo para añadir un enlace a tu publicación.

EL OBSERVADOR: Soy agnóstico, pero a veces siento necesidad de creer en algo. En este cuento reconcilio mis deseos con la realidad, mi inconsciente con la propia conciencia.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!: Es la historia de un astronauta chapado a la antigua, que tiene una última misión que realizar antes de cumplir la edad de pase a la reserva. Es algo largo, así que ten poco de paciencia y te recomiendo que sigas hasta el final. ¡Lo mejor de mis narraciones es cuando se terminan!.

NOTA: Me resulta curioso que a algunos os haya extrañado el nombre que le puse a la cibernauta que aparece en la historia, Verónica. No pretende ser ninguna alusión bíblica, simplemente ocurre que Verónica significa "auténtica imagen" y, por contraste, me pareció irresistible para alguien que practica las relaciones virtuales. Si habéis conocido a alguien en un chat ya sabréis de qué hablo.

ALGO PARECIDO A LA HISTORIA DE BUSCADOR: Es en esencia el cuento anterior reescrito desde otro punto de vista y de una manera muchísimo más breve. Podría decirse que es su conclusión, por lo que si queréis entender algo, es absolutamente preciso empezar por ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!.

DJAN: Con él pretendo explorar el mundo de las relaciones virtuales, igual lo consigo, igual no, igual a ti te ha pasado algo parecido...

JUEGOS DE ORDENADOR: No es de ciencia ficción pero me gusta. En él hablo de una farmacéutica y de un informático. Guadalupe tiene las características de muchos compañeros míos. Es una profesional de la ciencia que desconfía de la tecnología. La usa porque no hay más remedio, pero prefiere el trato humano. Paco soy más yo mismo. Muy curioso, siempre con algún proyecto raro en la cabeza, deja volar su imaginación, le gusta la informática y madura sus ideas en la cama. Yo nunca sería capaz de hacer lo que Paco, pero he sido capaz de imaginarlo. No se si captas la idea.

El cuento lo escribí para presentarlo a un concurso. El premio literario anual de la Asociación de Farmacéuticos de las Artes y las Letras. Era el año 90, el colectivo de farmacéuticos estaba en plena discusión sobre la conveniencia de informatizarse o no. Aunque los dirigentes colegiales estaban convencidos, los "boticarios" tenían sus dudas y los auxiliares de farmacia estaban generalmente en contra. En medio de esta tesitura presenté mi cuento. Decidí impactarles. Creo que me pasé.

Una aclaración: He actualizado ligeramente el cuento para eliminar algunas cosas que se habían quedado obsoletas, pero no cambian en absoluto la filosofía de la historia. Por ejemplo, donde antes hablaba de "redes informáticas" ahora hablo de "Internet" (que en el año 90 no existía tal y como la conocemos hoy).

UN MOMENTO DE IRONÍA: Es un viaje más allá de la conciencia. No sé cómo describirlo mejor. No es muy largo así que preferiblemente lo lees.

ALICIA DESTERRADA DEL PAÍS DE LAS MARAVILLAS: En realidad es la crónica de un hecho que me sucedió hace casi veinte años y que escribí un año después. Entonces estaba estudiando Psicología y trataba a todos mis conocidos como pacientes y con un exceso de empatía. Perdón.

LAS PARAFILIAS, LA FIEBRE Y YO: Es otro de los escritos que recuperé de mi época de estudiante de Psicología, concretamente de los desahogos durante los exámenes. Puede que os parezca algo raro, pero os aseguro que los textos entrecomillados (en amarillo) estaban tal cual en la bibliografía con la que preparaba el tema. No he cambiado ni una coma, no es extraño que entre eso y la fiebre acabase delirando.

HiperVida: Cuando la virtualidad sólo se diferencia de la realidad en que es mejor... ¿qué límites tenemos por delante?.

¡¡¡NINGUNO!!!

viernes, 29 de agosto de 2014

HiperVida

Rheim no había tenido miedo. Pensaba que la conexión sería como tantas veces, pero la verdad es que aún sin sentir nada nuevo, experimentaba una sensación difícil de definir... como de pérdida. Apenas hacía unos minutos que acababa de morir y saber que ya nunca volvería al mundo real se le hacía más difícil de lo que pensaba y eso que llevaba mucho tiempo preparándose para este momento, pero no pudo evitar sentir un escalofrío ante la eternidad que tenía por delante.

Podía considerarse un hombre afortunado, sus ciento tres años de vida material habían sido... entretenidos. Su curiosidad, la mejor de sus cualidades, le había llevado a tocar multitud de campos, personal y profesionalmente, pero cuando hace más de cincuenta años se había interesado por los mundos virtuales, la gente que le conocía le había considerado como un ingenuo o un excéntrico o un fantasioso inmaduro o todas esas cosas a la vez.


Recordaba sus inicios en "Comic Chat" y más adelante en "Second Life", ambas fracasadas por haber nacido antes de tiempo, cuando la tecnología aún no podía respaldar las necesidades que dichas aplicaciones tenían. Además, en una época en la que imperaba la comunicación conceptual tipo Facebook, Twitter o Whatsapp, poco podían hacer los mundos virtuales que requerían mucho mayor esfuerzo por parte de creadores y sobre todo de usuarios.

Pero su perseverancia había sido recompensada. La tecnología informática no tardó en avanzar lo suficiente para conseguir multiplicar la capacidad de almacenamiento de datos y su velocidad de procesamiento. Eso, junto con la aparición de interfaces de usuario adecuadas abrió, ya sin vuelta atrás, la puerta a los mundos virtuales en los que la gente podía experimentar  sensaciones cada vez más parecidas a las del mundo real.

Al principio la historia se repetía con una curiosa precisión y la mayoría de la gente utilizaba estos mundos virtuales como un juego para vivir aventuras fantásticas con un sorprendente realismo o como un entorno social para hacer amigos en todo el mundo y conocer gente con intereses comunes, no siendo infrecuente el encontrar los que aprovechaban ese contexto para tener existencias virtuales que no podían o no se atrevían a plantearse en su vida real.

Pero a medida que las posibilidades tecnológicas avanzaban, también lo hacían los horizontes científicos y profesionales. La sociología, la medicina, la psicología, la ingeniería, la industria y sobre todo el comercio, explotaron todas la posibilidades de la virtualidad con notable éxito, lo que a su vez tuvo el efecto de que cada vez se dedicasen más recursos a la investigación de las ciencias que la hacían posible.

Algunos años después se lanzo "HiperVida", un mundo virtual que proporcionaba experiencias absolutamente reales, salvo por por el hecho de que muchas de ellas serían totalmente imposibles en el mundo en que vivimos, empezando porque tu "alter ego" virtual podía tener la apariencia que tú quisieses y siguiendo por el hecho de que en el mundo virtual no tenían por qué imperar las leyes con las que la física nos atenaza en el real. Las actividades de volar (más bien levitar) y bucear sin la necesidad de ningún equipo, eran de las primeras que practicaban todos los usurarios, además de la múltiples opciones de sexo que jamás pensarían, ni confesarían en la vida real.

Pero después de esa necesaria fase de iniciación te dabas cuenta de que en HiperVida podías nadar en una playa y sentir como el agua te mojaba, las olas movían tu cuerpo, la brisa te refrescaba al salir del agua y la arena caliente quemaba tus pies. Podías escalar una montaña experimentando el cansancio, el frío o el vértigo que sentiría cualquier montañero, pero sin miedo a morir despeñado, porque, aunque cayeses, además del susto inicial, no sufrirías ningún daño.

Esto originó rápidamente la proliferación del turismo virtual mediante el que uno podía ir a cualquier sitio y realizar cualquier actividad sin los costes y los preparativos que suponía hacerlo en la realidad y con la ventaja de que, se pusiesen como se pusiesen los tradicionalistas, la experiencia sensorial era exactamente la misma.

No se tardó mucho en anunciar que ya existía una réplica informática de cada punto conocido del mundo real, que uno podía recorrer, por tierra, mar o aire con muchísima más libertad que el mundo material. Pero evidentemente la cosa no quedó ahí y los amantes de la aventura pronto pudieron explorar cada uno de los cuerpos celestes de nuestro sistema solar y otros aún no conocidos pero sí imaginados. También se recrearon algunos clásicos de la ciencia ficción y la fantasía.  Gracias a las sugerencias de Rheim, entre otros, se podía explorar el universo de Stargate a través de un sin fin de puertas estelares, llegar hasta donde el hombre nunca había estado jamás en la nave Enterprise, recorrer cada uno de los Siete Reinos hasta más allá del Muro o del Mar Angosto, aventurarse por la Tierra Media y si te atrevías también por Mordor.

Por fin, cualquier lugar que existiese se podría recrear en el universo virtual y si no existía también, bastaba que pudiese ser imaginado. Y por fin la tecnología permitía que esa experiencia no sólo fuese creíble, sino que fuese real.

Rheim no tenía muchos conocimientos informáticos, pero tenía una larga experiencia en ciencia ficción y en mundos virtuales desde su inicio. Estando ya jubilado la empresa HiperVida.SL solicitó sus servicios como asesor. Le fueron enseñando versiones beta del programa y los prototipos experimentales de las interfaces de usuario. La experiencia fue sobrecogedora. La primera vez que lo probó no se lo podía creer. Era lo que había esperado durante años.

De manera entusiástica, con avidez y profusión les fue contando todas las posibles ideas que se le ocurrían para hacer en ese nuevo entorno. Algunas fueron recibidas con reticencia, pero su carácter persistente e inasequible al desánimo consiguió que muchas de ellas fuesen probadas. Así, su proyecto de recrear los clásicos de la fantasía y la ciencia ficción pronto demostró ser un éxito, aunque los principales creativos de la empresa consideraban que esas historias estaban desfasadas.

Pero otro de sus proyectos parecía encontrarse con una resistencia insalvable. HiperVida era ideal para interactuar con otros usuarios que estaban conectados en tiempo real, pero determinados servicios, como los de información de las diferentes administraciones o los de atención al cliente de muchas empresas eran atendidos por sistemas automáticos de respuesta. En realidad unos complejos sistemas de inteligencia artificial que podían relacionarse con los usuarios de manera "casi" humana, pero ese casi era un problema importante para Rheim. Y lo mismo pasaba con los elementos robotizados de determinados juegos. El problema era el mismo, eran poco imaginativos y resultaban predecibles.

La solución que proponía era sencilla, al menos en teoría. Se trataba de pasar todo el contenido cerebral, en realidad mental, de una persona experta al servidor encargado de ese sistema de respuestas o de ese elemento del juego. Así ese sistema informático tendría toda la iniciativa y espontaneidad de la persona que había aportado todos sus conocimientos.

La empresa ponía fundamentalmente dos pegas. Primero, por mucho que se había avanzado en los últimos años, aún no se había diseñado un sistema, económicamente viable, capaz de contener la intrincada maraña de datos, relaciones y capacidad de procesamiento de una persona adulta e inteligente. Sobre todo teniendo en cuenta que se requerirían muchísimos de esos sistemas. Y segundo, aunque ello fuese factible se planteaba un grave problema ético. Eso suponía hacer la copia de la mente de una persona y encerrarla en un ordenador. Sus conocimientos, sus recuerdos, sus aspiraciones y sus emociones.

Un avispado abogado de HiperVida había advertido: "No podemos encerrar el alma de una persona en un disco duro sin pensar en el peligro que corremos de ser acusados de secuestro".

Estos argumentos no arredraron a Rheim, al contrario, favorecieron su determinación con insospechado ímpetu. Puede que no tuviese los suficientes conocimientos informáticos para acelerar el desarrollo de un sistema capaz de contener la mente de una persona, pero sí los contactos adecuados con gente que podía destinar los recursos adecuados para que ello sucediese.

Respecto al alma... bueno, no había pensado en ello, por lo menos en esos términos, pero reconocía una buena idea cuando pasaba por delante de sus narices. Esa idea le recordó un cuento que había leído tiempo atrás, "El Observador". Y de hecho tomó entonces el nombre de su protagonista para hacer distintas investigaciones por Internet.

Al poco tiempo tenía todo el proyecto preparado. El más ambicioso que había hecho nunca, quizás el más ambicioso que nunca había afrontado la Humanidad, pero en comparación a lo que se podía conseguir resultaba pasmosamente simple. Tanto es así que sus jefes, cuando se percataron de que hablaba en serio, empezaron a prestarle atención y se empezaron a entusiasmar cuando se dieron cuenta de que podía ser viable.

Rheim, para entonces insistía en que todos le llamasen así, ya tenía una edad avanzada y se tomó todo el proyecto como un reto personal, además de una carrera contra el tiempo, pero la verdad es que tenían todo bastante adelantado y por lo menos su prototipo estuvo listo cuando lo necesitó.

Se produjo el volcado de todo su contenido cerebral, haciendo una especie de copia de seguridad de su mente en el sistema informático. A partir de ahora había un segundo Rheim virtual, tan listo o tan tonto como el primero, con sus conocimientos, sus recuerdos, sus emociones, sus aficiones y sus manías.

Pero esa copia aún no iba a ser utilizada. Cuando se comprobó que todo estaba correcto se almacenó y lo único que había que hacer era ir actualizándola todos los días para que siempre fuese una copia idéntica de la original. El proceso era sencillo y al principio Rheim se lo tomó con una disciplina casi obsesiva, conectándose al equipo cada vez que tenía una experiencia o realizaba una actividad que quería conservar, pero al poco tiempo se relajó, dándose cuenta de que realmente no tenía ninguna urgencia en actualizar su yo virtual y que lo importante era verificar simplemente que el sistema funcionaba correctamente.

El tiempo pasó más rápidamente de lo que le hubiese gustado y en el 2057 celebró su centésimo cumpleaños. Para él fue un gran acontecimiento. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que se conservaba muy bien para su edad y era una gran alegría verle en plenitud de facultades. Sin embargo él sabía que no era así. Hacía dos semanas que no podía hacer el volcado de sus datos mentales a su "copia de seguridad".  Bueno, en realidad sí podía, pero los especialistas le habían advertido que cada copia sería de "peor calidad" que la anterior. Eso significaba que su cerebro se estaba degradando. No era nada preocupante, ni siquiera un indicio de demencia senil, pero puestos a guardar un duplicado mental, era preferible no sustituir las copias anteriores que de hecho eran más fiables. Ahora bastaba con ir añadiendo las experiencias diarias para ir completando su biografía, pero como estructura de su "base de datos" eran mejor las anteriores.

Los neurólogos le habían asegurado que era un proceso absolutamente normal y que no tenía que darle importancia, pero Rheim no podía ocultar su decepción. Fue perdiendo interés por su vida real, máxime cuando el proyecto que había estado desarrollando para HiperVida estaba prácticamente terminado, por lo menos en la parte que a él le concernía.

Poco a poco se fue apagando hasta que un día sintió que había llegado el final. Fue como un agotamiento repentino que percibió acompañado de una leve taquicardia y una creciente dificultad para respirar. Antes de sentir el primer pinchazo en el pecho se conectó al sistema para grabar los que sabía que eran sus últimos momentos. Anuló la llamada automática a urgencias pues no quería que lo salvasen y se dedicó a repasar si había algo que le quedase por hacer. Y así, sumido en sus pensamientos, se apagó.

En realidad fue como un reseteo. El sistema informático se había reiniciado automáticamente y el nuevo Rheim se encendió. No había tenido miedo. Pensaba que la conexión sería como tantas veces, pero la verdad es que aún sin sentir nada nuevo, experimentaba una sensación difícil de definir... como de pérdida. Apenas hacía unos minutos que acababa de morir y saber que ya nunca volvería al mundo real se le hacía más difícil de lo que pensaba y eso que llevaba mucho tiempo preparándose para este momento, pero no pudo evitar sentir un escalofrío ante la eternidad que tenía por delante.

Después de la impresión inicial tenía que reconocer que hace tiempo que no se sentía tan bien. Sabía que todos sus recuerdos y conocimientos estaban disponibles al instante. Lucidez era la palabra que mejor describía su estado actual y físicamente, era curioso emplear esa palabra, la sensación era de bienestar.

Su nuevo "yo" apareció en su despacho virtual de HiperVida. Estaba así planeado. Allí podría planificar mejor su nueva existencia. Y también allí fueron apareciendo, a medida que se iban conectando, los directivos de la empresa. No sabían muy bien qué decir. Se les notaba tensos. Dudaban entre darle el pésame por su muerte o felicitarle por su nacimiento, pero en el fondo lo que les interesaba era la nueva fase del experimento que se iniciaba ahora.

Le informaron de que todos los preparativos se habían concluido satisfactoriamente y los dispositivos funcionaban como estaba previsto. Su yo virtual se había iniciado automáticamente cuando había dejado de funcionar el real. Las copias de su mente  estaban perfectamente adaptadas a su sistema y actualizadas con los últimos datos biográficos. A partir de ahora tenía todos los mundos de HiperVida a su disposición. Podría recorrerlos como y cuando quisiera, interaccionando con todos los usuarios conectados que quisiera y desde luego contaban con él para ir avanzando con el proyecto. De hecho, que él se sintiese bien era algo fundamental para el futuro del mismo.

Se habían hecho muchas cosas, pero aún quedaba mucho por hacer. Una vez que se demostrase la funcionalidad, había que conseguir aumentar la capacidad del sistema hasta asegurar que pudiese almacenar billones de copias mentales durante un periodo indeterminado de tiempo, bueno, tan indeterminado como toda la eternidad, porque de eso se trataba, de ofrecer a todas las personas que lo deseasen la posibilidad de almacenar su mente y que al morir su cuerpo, su alma quedase viviendo en un mundo virtual con todo el potencial que ello suponía.

Rheim era la prueba de que lo que la humanidad había anhelado desde siempre podía ser conseguido, de que la muerte era sólo una transición a una existencia sin las ataduras del mundo material, de que el alma era un concepto objetivo y su desarrollo no tendría límites.

Había mucho aún por hacer y en gran parte dependía de él. Pronto tendría que ponerse a la tarea, pero no hoy. Hoy era el día de su nacimiento y tenía todo un universo por explorar. Estaba feliz y así emprendió su búsqueda, sabiendo que tenía toda la eternidad ante sí.



FIN

viernes, 18 de abril de 2014

Las parafilias, la fiebre y yo

Ha sido muy bonito ver las playas de Mallorca nevadas, pero la traicionera ola de frío me ha sumido en una gripe de libro, a la que no le falta ninguno de los síntomas típicos, y en unas fechas particularmente inoportunas, en plena época de exámenes. Así que estudio cuando las aspirinas consiguen bajar la fiebre y la congestión general.

Allí estaba, intentando concentrarme en mi próximo examen cuando leo:

El voyeur no está, por lo general, casado, si se compara con otros delitos sexuales”.

Me levanto de un salto y voy corriendo a ver a mi mujer. La pobre está tranquila sin imaginar nada. No sé cómo decírselo. Al final me decido:

"Aquí dice que el estar casado es un delito sexual".

Ella lee el párrafo que le señalo y me besa la frente. Es su manera tierna de comprobar mi temperatura.

"Cariño -me dice-, creo que deberías volver a la cama".

"¡Que no! -insisto-. Algo pasa con las comas, pero ahí dice que el matrimonio es delito".

Quizás las parafilias no era el mejor tema para estudiar en mi estado, pero soy muy sistemático, estaba preparando la asignatura de psicopatología y ese era el tema que tocaba.

Bebo un vaso de agua y procuro seguir concentrado en lo mío. Algo más adelante me encuentro otra lindeza:

Rachman y Hodgson en un experimento ingenioso de condicionamiento, en el que utilizaron como estímulos condicionados botas de mujer y como estímulos incondicionales desnudos femeninos, fueron capaces de convertir en fetichista a toda una serie de sujetos heterosexuales normales”.

Esta vez fue mi mujer la que vino corriendo cuando me oyó gritar: "¡La madre que los parió al Rachman y al otro!".

Pero sigo leyendo:

Algunos han criticado los resultados de este experimento, aduciendo la existencia de una preparación biológica al desarrollo de este tipo de asociaciones con estímulos de cuero (por lo que de piel tienen)”.

¡Dios mío!, estos dos va a Ubrique y ponen a toda la población en cuarentena. ¡Allí todos trabajan en cueros!.

Otro parrafito. Éste sobre tratamiento de exhibicionistas:

Tras analizar el tipo de mujeres que idealmente desencadenan su deseo exhibicionista, hemos recabado la colaboración de estudiantes que reúnen estas características, hemos animado al exhibicionista a completar su exhibición y a “aguantar el tipo” en su presencia.

Nuestras voluntarias has sido instruidas a reaccionar de la manera que sabemos es más temida por nuestro cliente, realizando comentarios despectivos del estilo:

-        ¿Dónde vas con eso…?.

-        ¡La de mi novio tendrías que haber visto tú…!.

-        ¿Crees tú que alguna mujer se va a fijar en esa porquería tuya?.

-        ¡No insultes la inteligencia y el buen gusto de las mujeres con semejante pingajo…!”.

Me gustan los tratamientos imaginativos. Éste parece efectivo para el exhibicionismo, ¡lo que me quedan dudas es respecto a la depresión posterior!.

Pero no penséis que sólo he sacado ciencia de este tema. También me ha proporcionado interesantes perspectivas para el desarrollo profesional futuro:

Uno de mis usuarios se excitaba mirando a mujeres que tendían la ropa en un balcón, espiando sus piernas por debajo de la bata de andar por casa”.

No dudo de que el párrafo os ha impactado tanto como a mí. Pero yo no sabía muy bien por qué. En mi estado me parecía normal que el buen hombre se erotizase mirando a su vecina con la bata de boatiné, los rulos, las chanclas y los calcetines de lana caídos en los tobillos.

Pero no. Tras una segunda lectura caí en que lo que me llamaba la atención era el término "usuario", no paciente, ni cliente. Usuario. Inmediatamente se me ocurrió inundar Palma de octavillas con el siguiente texto:

"Su psicólogo a su servicio. Si se encuentra mal úseme, aunque sea un poquito".

Al oír esto, mi mujer sacó unas fuerzas que ignoraba que tenía y me llevó en volandas a la cama. Luego me trajo una aspirina con un carajillo de Amazonas y hoy ya estoy algo mejor, pero os juro que no me he inventado nada de lo que os he contado, a buen seguro algún otro estudiante de Psicología lo habrá reconocido en sus textos.

Suerte en los exámenes. Yo me temo que la voy a necesitar.


FIN


Aclaración: Amazona (aunque todo el mundo lo conoce como “Amazonas”) es un ron dulce que se fabrica en Mallorca, ideal para carajillos, de los que llevo años investigando las propiedades curativas. Ya os contaré.


Alicia desterrada del país de las maravillas

Quizás es que no quiero separar la virtualidad de la realidad, quizás es que no sé hacerlo, quizás es que no se puede hacer. Pero el caso es que un buen día se me vino el mundo encima y la virtualidad me hizo derramar lágrimas de frustración, auténticas y saladas.

Conocí a "Prozac" en la red, concretamente en Comic Chat. Era una chica salvadoreña que aparecía como un personaje con el rostro cubierto por una bolsa de papel y yo con un avatar de extraterrestre, de nick "Rheim".

A los dos nos gustaba la ciencia ficción y ella estaba emocionada con mi página. Cuando hablábamos  podía imaginarla 
mirándome con los ojos muy abiertos y dando emocionados saltitos a mi alrededor. Su actitud me halagaba, pero si me sentí superior fue un espejismo, un error. Ella simplemente me demostraba su admiración, con la naturalidad que sólo a los muy inteligentes les sobra cuando se ponen a la altura de los demás, para hablar sin hacerles quedar mal.

Prozac se interesó por mis cuentos y, como quién no quiere la cosa, me mandó alguno de los suyos para que le expresase sinceramente mi opinión. Mi opinión es que eran excelentes, fuertes, con garra, escritos en un estilo audaz y vivo, en el que el retrato de los personajes sobrepasaba el desarrollo de la historia.

Un día uno encendió todas mi alarmas. En él, la protagonista, siempre ella, mantenía una lucha feroz entre sus dos personalidades, una que tenía los rasgos que quería y  otra los que odiaba. Al final una mataba a la otra de una manera casi ritual, en lo que de hecho era un suicidio en el que morían las dos. En aquella historia se mezclaban psicotropos, alucinógenos y alcohol con la destreza del que está muy acostumbrado a manejarlos. Recordé una conversación anterior:

- “¿Por qué has elegido ese nick?”.

- “Porque el Prozac es lo que me mantiene atada a la vida”.

Entonces no lo valoré. ¡Qué ironía!, ¿cómo puede dar alguien tanta importancia a la fluoxetina?, un inhibidor de la recaptación de serotonina, neurotransmisor que nos hace sentirnos felices y que parece que nunca está cuando lo necesitamos. Neurotransmisor que el Prozac mima para que no se destruya y podamos sonreír.

Mi amiga asumía su dependencia del Prozac al mismo tiempo que asumía su dependencia de la red. Las dos cosas le ayudaban a olvidar una realidad dura y estresante.

No me considero un mojigato, pero no me avergüenzo de las cosas que me asustan y creo que estoy obligado con mis amigos, así que se lo dije:

- “Como farmacéutico me dan miedo los medicamentos y como aprendiz de psicólogo me dan miedo los psiquiatras. Haz lo que quieras pero te ruego que tengas cuidado”.

Lo esperaba, se enfadó conmigo.

- "Bastante desgracia tengo yo con ser así. No necesito un loquero más, solo un amigo".

- “Como amigo no podía actuar de otra manera. Si te lo he dicho es porque me importas”.

Bueno, la dialéctica os la imagináis y el resultado posterior también. Las relaciones se enfriaron hasta casi desaparecer. Hasta que un día me escribió este correo:


De: Prozac
Para: Rheim
Fecha: jueves 12 de marzo de 1998 2:46
Asunto: Alicia desterrada del país de las maravillas...


Ayer estaba a punto de tirar la toalla.

Porque me desesperé en la oficina.  Porque grité.  Pataleé.  Me enfurecí. Me encachimbé.  Me arreché.  Quería abandonar el país. Quería renunciar. Tirar la toalla.  Y todo porque un pinche ejecutivo de cuentas me bailó la paciencia.  Odio que estos tipos hagan caso omiso de mis recomendaciones y que siempre quieran hacer exactamente lo que el cliente quiere (eso casi siempre significa que hay que hacer mierda... y una de mis reglas para el trabajo es "si el cliente quiere mierda, mierda tendrá").  Pero como yo no ando con paciencia al máximo para aguantar pendejadas, perdí el control.

Agarré las llaves de mi jeep y arranqué... claro, iba puteando a todo aquel que se atreviera a atravesarse en mi camino.  Pero al rato ya me había calmado (el rato fue casi una hora).  Entonces fui al Café a revisar mi correo.  Y de repente, me di cuenta de que era Alicia.  Alicia desterrada del país de las maravillas.  Alicia viviendo desesperada, enfrentándose cada día al azar.

Que Alicia ha tenido que volver, para sentirse más desubicada que nunca. 

Que detrás del espejo, Alicia se encuentra sola.

Que el conejito del país de las maravillas ya no fastidia con lo del tiempo sino con el reloj de llegada a la oficina.

Que a Alicia ya no le importa que la reina quiera que le corten la cabeza porque su cabeza está siempre en otra parte.

Que Alicia sigue buscando el espejo, pero no para cruzarlo, sino para volverlo añicos, quedándose del otro lado.

Que Alicia ya no es una niña, sino una adulta (¿adultera?).

Que el vestidito infantil de Alicia es ahora uno muy corto, negro y descotado.

Que las mediecitas blancas ahora son negras, con una vena perfecta atrás. Que las zapatillas de Alicia, ahora tienen tacones.

Que ahora Alicia se tiñe el pelo de negro.  Y se pinta la boca de rojo cortesana. Y escribe cuentos de ficción.

Que Alicia tiene un hijo y está separada del marido.

Que a Humpty Dumpty lo lleva Alicia por dentro y que lo lleva roto en pedacitos, en lugar de corazón.

Que Alicia perdió la virginidad a los 22 años.

Que Alicia nunca tuvo un anillo de matrimonio.

Que Alicia tiene un psiquiatra más parecido al gato de la historia original que a un verdadero curador de mentes.

Que Alicia juega con las cartas, pero para que le hablen de su futuro.

Que Alicia no es ya más una esquizofrénica sino una depresiva.

Que Alicia no sólo terminó la primaria sino que tuvo huevos de llegar a la universidad.

Que Alicia lee historias de terror.

Que Alicia ve películas triple X.

Que adora volver a ver "Seven".

Que "Crash" le parece una joya del séptimo arte.

Que Alicia se muere de ganas de ser la protagonista de "Natural born killers".

Que escucha a Marilyn Manson.

Que Alicia se derrite en sueños por convertirse en una suicida famosa.

Que siempre soñó en tener una aventura con el cantante de INXS.

Que Alicia vió a U2 en un concierto y tuvo orgasmos múltiples de solo pensar en Bono, sudando bajo un Warhol.

Que Alicia tiene otro tipo de "viajes".

Que Alicia nunca aprendió a volar que, quizás por eso odia los aviones.

Que se le enfrió la pasión.

Que Alicia ya encontró el país de las maravillas y que algún loco se lo arrebató y por eso busca desesperadamente cambiar de realidad.

Que Alicia ya no vive mas.


DO YOU YAHOO!?
Get your free @yahoo.com address at http://mail.yahoo.com


Es difícil explicar lo que sentí. Frustración, ira, impotencia, compasión, dolor, miedo, miedo, miedo... ¿Lo habrá hecho?, ¿habrá sido capaz de hacer realidad su historia?, ¿me lo cuenta a mí porque sabe que lo entenderé?, ¿me está pidiendo ayuda?, ¿y si me equivoco y la hundo más?. En definitiva… ¿sigue viva todavía?.

No contesta mis correos, no tengo un teléfono, no conozco a otros amigos suyos, no sé a quién acudir, no tengo tiempo...

Al final contesta a este mail: “Sabes que puedes contar con mi cariño y amistad. Enfádate conmigo si quieres, pero déjame ayudarte”.

Respuesta: “Gracias, ya me has ayudado bastante, te has preocupado por mí que es más que lo que han hecho los que están a mi alrededor. No te preocupes, me gusta acariciar la idea del suicidio, me hace sentirme dueña de mi propia vida”.

Sigue viva. Una pausa en la que ni siquiera me dio tiempo a saborear mi triunfo. Al poco tiempo recibo un nuevo mail sin texto, sólo tres fotos y un título: “Para que no me olvides”.

Contesto: “No puedo olvidarte, no sé hacerlo”.

No hay respuesta. Al final comprendo. Alicia es ella viviendo una existencia ficticia al otro lado del espejo, la pantalla del ordenador, la red. Alicia no soporta volver cada día a la existencia real. Mi amiga terminó con los sufrimientos de Alicia de una manera tajante y definitiva, sin opción de vuelta atrás.

En mis momentos optimistas me gusta pensar que ahora mi amiga lleva una existencia real con sus alegrías y sus sinsabores, sus esperanzas y sus
frustraciones. Que se pelea con sus jefes y saca adelante sus proyectos de diseño publicitario. Que consiguió la custodia de su hijo y que por fin se fijó en ella el rubio sueco que tanto le gustaba. Que, en definitiva, tiene una existencia tan real como se merece.

Pero nunca lo sabré, nunca obtendré ese pequeño consuelo moral. Para ella yo estaba también al otro lado del espejo y al morir Alicia yo también dejé de existir.

Hace casi un año de esto. Hace casi un año que me asusto cuando veo a alguien dependiendo de Internet, que repito "ten cuidado", "haz lo que quieras con el ordenador, pero nunca olvides de qué lado estás". Y algunos no me entienden y otros se ríen de mis miedos.

Al final la red me quita los amigos que la red me dió. Justicia cibernética que nunca asimilaré.

Perdonad, se ve que hoy no es mi día. ¿A alguien le sobra un poco de serotonina?. ¿Tendrá razón Prozac?. ¿Será todo cuestión de química?.



FIN


martes, 22 de diciembre de 2009

Un momento de ironía

Todo retumbó a su alrededor y él recuperó la conciencia en un lento despertar. Pero no era un despertar normal, aunque tardó en darse cuenta de ello. No recordaba haber soñado y no podía abrir los ojos. Bueno, más que nada era como si no tuviese ojos que abrir. Hiciese lo que hiciese, le rodeaba una uniforme e impenetrable oscuridad. Intentó tocarse los ojos pero los brazos no le respondían. En realidad era como si tampoco tuviese brazos que mover...

Eso terminó de espabilarlo. ¿Dónde estaba?. No lo podía recordar, pero tendría que recuperar el control de su cuerpo para averiguarlo. Debería haber quedado dormido en una mala postura y ahora sus miembros insensibles no le respondían. Pero era muy raro, no recibía sensaciones, no sentía hormigueos en los brazos o en las piernas, no sentía la cabeza en la almohada, no sentía el peso de su cuerpo en el colchón. Tampoco sentía su respiración, ni los latidos de su corazón agitado por el nerviosismo que le produciría esta rara situación.

Pero es que no estaba nervioso. No tenía miedo. ¿Por qué no tenía miedo?. Si lo pensaba fríamente tendría que estar muy alterado y con el pulso acelerado hasta que el corazón pareciera saltarle del pecho, pero, comprobó otra vez, tampoco sentía el corazón...

No comprendía por qué no se agitaba en la cama y se despertaba gritando de esa pesadilla. Quizá porque no era una pesadilla. Quizá se había dado un golpe y estaba inconsciente, bueno, desmayado. ¿Qué sentiría entonces?. Tuvo que hurgar más en su memoria. Recordó que una vez, de pequeño, perdió el conocimiento. Según su madre fueron unos segundos pero él hubiera jurado que duró mucho más. Fue una experiencia intensa y cuando despertó zarandeado, entre los gritos y cachetes de la gente que le rodeaba, pensó que eso era un sueño y la realidad era el sueño del que lo acababan de sacar. Así que rechazó todo ese ajetreo y cerró los ojos para seguir con la otra vivencia. Eso desató una nueva oleada de gritos y zarandeos y volvió a la cruda realidad viéndose llevado en volandas a un centro de urgencias cercano. No recordaba qué era lo que soñaba, sólo lo desagradable que le pareció la realidad en comparación con la placidez de la experiencia imaginada.

¿Estaría viviendo ahora algo similar?, ¿estaría inconsciente y su cuerpo se negaría a volver a una situación desagradable?, ¿a qué situación?. No podía recordarlo. Quizá había sufrido un accidente y estaba tirado ahora en medio de una carretera sin que nadie se atreviese a tocarlo. ¿Un accidente de qué?, ¿de coche?, ¿de moto?... ¿tenía moto?. No se acordaba de eso y tanto esfuerzo mental le tenía que producir un gran dolor de cabeza, pero... no, definitivamente tampoco sentía dolor de cabeza. Su memoria, su instinto estaban asociando situaciones con las sensaciones que debería sentir, pero no sentía nada de eso, evidentemente estaba en una situación nueva ¿pero en cuál?.

La idea se hizo presente, aunque en realidad parecía que siempre había estado allí. ¿Y si no sentía nada porque no había nada que sentir?. ¿Y si lo único que funcionaba era su mente?. Su mente sin cuerpo ¿cómo?, ¿en un laboratorio?, ¿en un frasco, bañada en solución nutritiva a la espera de ser implantada en un nuevo cuerpo?. ¿Su cerebro en la estantería de un banco de órganos a la espera de encontrar un receptor adecuado?, ¿a la espera de que la tecnología avanzase lo suficiente para permitir una operación así?. ¿Sería posible que en todo ese tiempo nadie se diese cuenta de que su mente estaba activa?. ¿Cuánto tiempo?, ¿cuánto tiempo sumido en sus pensamientos?, ¿y cuánto tiempo llevaba así?. Sin sensaciones externas le resultaba difícil calcular. Sólo contaba con sus pensamientos, pero ¿cuál era la velocidad de sus pensamientos?.

Igual estaba en coma. ¿Qué se sentiría estando así?. Sabía que a los enfermos en coma les ponían música y sus familiares les hablaban porque se suponía que les hacía bien. ¿Pero se enteraban de algo los enfermos?. ¿Estaría su mujer a su lado hablándole de los progresos de sus hijos en la escuela?. O quizás su madre contándole cómo superó aquella gripe tan mala cuando era pequeño. Intentó prestar atención... nada. Era inútil, estaba solo o, lo que era prácticamente lo mismo, se sentía solo.

¿Qué podía hacer?. ¿Encomendarse a Dios?. No hubiese estado mal, si no fuera por el hecho de que no creía en Dios, aunque quizá fuese un buen momento para empezar. Después de todo a Dios se recurre en situaciones desesperadas y ésta bien podía ser una de ellas.

La religión, así en general, da respuestas a preguntas que no la tienen, o por lo menos que no son accesibles con los medios que en cada momento disponemos. Además da las respuestas que queremos oír. Eso la hace, por una parte tremendamente útil y por otra parte incuestionable. De ahí su éxito, de ahí que no la aceptase, aunque siempre estaría dispuesto a estudiar cualquier argumento que demostrase que no era una simple mentira tremendamente útil.

Pensándolo bien, podría estar ante el argumento que estaba esperando. Podría estar ante una experiencia "después de la muerte", una de esas historias que narran los que han estado en situación de muerte clínica y después han sido reanimados. Historias que, había que reconocer, coincidían en aspectos fundamentales, pero siempre había pensado que para eso habría una explicación más lógica que mística. Quizá durante la muerte neuronal en el cerebro producirían una serie de fenómenos que desencadenasen esas situaciones, la sensación de placidez, la visión en túnel y todo lo demás.

Así pues era eso lo que le estaba pasando. ¿Estaría ya muerto?. No recordaba lo que le había pasado, aunque tampoco le importaba. Curiosamente tampoco le importaba la situación de la familia y amigos que dejaba atrás. Era una sensación de placidez extraña, nada parecido a la felicidad, era simplemente ya no ser de este mundo.

Todo volvió a retumbar y esta vez comprendió que se trataba de su corazón. Un latido, igual que el que le despertó antes. Se sorprendió del proceso mental que había sufrido entre uno y otro. Con toda seguridad el último. ¿Qué vendría ahora?.

Delante se formó un punto luminoso y la oscuridad se curvó entorno suyo. Sin solución de continuidad se abrió paso la luz y se encontró rodeado de rostros conocidos, reviviendo imágenes pasadas y olvidadas, aunque con argumentos bien distintos.

- Siempre me gustaste. Si me hubieses dicho que querías salir conmigo te habría dicho que sí-. Le dijo Sara, aquella chica del instituto de la que se enamoró tan perdidamente que nunca se atrevió a contárselo. Era curioso, hacía siglos que la había olvidado.

Supo que había repasado las cosas que había hecho y las que habría podido hacer, sin que pudiese calcular el tiempo que le había llevado todo ello.

También supo que el proceso había terminado y que ahora podría contestar la pregunta que siempre le había intrigado "¿qué hay después de la muerte?". Había dos opciones. Que el túnel se apagase cuando muriesen las neuronas o que alguien viniese por él a buscarle y comenzase una realidad nueva.

De poder hacerlo habría sonreído, era una ironía que fuese lo que fuese no podría contárselo a nadie.

FIN

Juegos de ordenador

Guadalupe era farmacéutica por vocación, se había educado en la farmacia familiar sintiendo la profesión desde siempre. Vivía en un precioso pueblo con la gran suerte de conocer a la mayoría de sus clientes, los cuales tenían mucha confianza en ella y le pedían consejo cuando lo necesitaban. Le gustaba asesorar a la gente, aunque le molestaba que al salir del médico fuesen a la farmacia a que diese el visto bueno al tratamiento, más que a comprar los distintos específicos. Lo que no dejaba de satisfacer su orgullo, pero le colocaba en una situación un poco comprometida con el joven facultativo, que estaba intentando afianzar su posición desde su reciente llegada al pueblo.

Guadalupe apartó la mirada de la pantalla del ordenador y vio la gente que esperaba detrás del mostrador. En primera fila una de sus clientas la había liado en una búsqueda interminable, pues la señora después de rechazar todas las opciones que le había propuesto, se negaba a aceptar que el medicamento, de dudoso nombre que buscaba, quizás hubiese cambiado de formato o no se fabricase ya, y pretendía poco menos que examinar una por una todas las especialidades del almacén.

Estaban en época de fiestas, con la población cuadruplicada. El auxiliar le había pedido permiso para arreglar unos papeles. Estaba ella sola y parecía que medio pueblo se había citado en la farmacia. El maravilloso ordenador que se suponía le evitaría cualquier trance de este tipo, le iba dando datos con una lentitud pasmosa. Respiró profundamente unas cuantas veces y se secó las manos en la bata. Evidentemente estaba nerviosa, las letras le bailaban y cada vez que levantaba la cabeza veía más gente impaciente. Los ánimos se alteraban y un escalofrío mal disimulado recorrió todo su cuerpo cuando se dio cuenta de que el ordenador iba mal. Su lentitud no era una apreciación subjetiva y para confirmar sus temores se bloqueó al poco tiempo, negándose a obedecer ninguna orden desde el teclado.

Teniendo la farmacia totalmente informatizada desde hace más de un año y en su estado de ánimo actual, un fallo en el ordenador suponía unas molestias que no estaba dispuesta a aceptar. Después de disculparse con su clientela cogió el teléfono para llamar al servicio técnico. Se sintió momentáneamente aliviada al oír la línea ocupada porque se estaba pasando un pedido, el sonido característico le era familiar y eso quería decir que el ordenador no estaba estropeado del todo. Pero en todo caso no podría llamar al técnico hasta que terminase de pasar el pedido, lo que tendría que ocurrir inmediatamente.

Después de esperar unos momentos volvió a probar y siguió escuchando el soniquete del ordenador. Así varias veces en lo que le parecieron unos interminables minutos. Eso tampoco era normal. Su enfado le llevó a desconectar el ordenador para poder hablar por teléfono, pero lanzó un grito cuando al levantar el auricular siguió escuchando la transmisión de datos. Recordó que además del terminal del mostrador, lo que había desconectado, el ordenador central estaba en su despacho y tendría que apagarlo también. Al llegar vio un mensaje en la pantalla que decía "VOLCADO EN MARCHA, POR FAVOR ESPERE UN MOMENTO". Lo apagó de todos modos sin hacer caso del aviso. Pero... la transmisión seguía.

Guadalupe estaba perpleja, el aparato estaba apagado y no sabía que más podía hacer. Un cliente "enterado" aventuró la posibilidad de que el ordenador estuviese infectado por un virus. Lo mejor sería desenchufarlo y llamar al técnico. Eso hizo y efectivamente la transmisión se cortó. Inmediatamente llamó a los mayoristas para anular cualquier pedido pues había habido un fallo. Pero los mayoristas no tenían ningún pedido de su farmacia registrado esa mañana. "¿A quién transmitía pues el ordenador?". Lo mejor sería que llamase al técnico cuanto antes. Iba a levantar el auricular cuando el teléfono sonó. "¿Diga?" fue la última palabra que pronunció antes de caer muerta.

El médico llegó después de unos minutos y diagnosticó una parada cardíaca, probablemente debida a la tensión de los últimos momentos. Nunca imaginó que la frecuencia de la señal recibida por el teléfono podría interferir la actividad eléctrica cerebral y bloquear la transmisión nerviosa. Después de todo, nadie podía sospechar que alguien quisiese matar a Guadalupe; aunque en el pueblo aún se comente el caso y el hecho de que el ordenador nunca volviese a funcionar.


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A Paco las ideas se le ocurrían siempre en la cama, consultando con la almohada. Por la noche pensaba mejor, su mente era más audaz. Si se dormía antes de resolver el problema en el que estuviese enfrascado, soñaba con él obteniendo en ocasiones resultados muy interesantes que anotaba mentalmente para recordarlos al despertar. Su plan se le ocurrió así.

Ahora lo tenía resuelto y, tendido en la cama, se limitaba a repasar los detalles para la puesta en marcha de su proyecto. Cuando hace ocho años su espíritu curioso le hizo comprar su primer ordenador, no sospechaba que su recién nacida pasión por la informática le llevaría tan lejos.

Su otra gran pasión, también alimentada por una gran curiosidad, se movía entre esos campos, difíciles de delimitar, que albergan la parasicología, el esoterismo, los ovnis, las ciencias ocultas, etc. Tenía una buena base de datos documental sobre temas de difícil explicación. Le gustaba intercambiar opiniones y participaba activamente en diversos foros que sobre estos temas se formaban en Internet. Aunque sabía que los datos verdaderamente interesantes estaban fuera de los aficionados, por muy especializados que fueran. Estaba seguro que gobiernos, sociedades secretas, e incluso la Iglesia, tenían datos suficientes para poner los pelos de punta a todo el mundo, y estas informaciones eran su objetivo. Para conseguirlos tendría que meterse en sus bancos de datos y ponerse a buscar, lo que no era tan fácil como se ve en el cine.

En primer lugar tendía que localizar las direcciones de las bases de datos (URL las llamaba él), intentar introducirse en ellas saltándose las claves de acceso y buscar la información que necesitaba sin que nadie supiese que un extraño había estado hurgando en informaciones clasificadas. Para ello, desarrollando sus conocimientos sobre inteligencia artificial, había creado un programa (un robot de búsqueda) que se movía por la red localizando este tipo de bases de datos. Cuando encontraba una intentaba establecer un diálogo analizando protocolos de transmisión, claves de acceso y tipo de información almacenada. Acto seguido grababa estos datos y proseguía la búsqueda. Esto supondría una primera criba que según los resultados ayudaría a Paco a orientar la investigación, que paso a paso se iría haciendo más fructífera, o por lo menos eso esperaba.

Todo esto supondría una astronómica factura de teléfono que Paco no estaba dispuesto a pagar. Su experiencia sobre el tema le indicaba que lo mejor era interceptar el recibo de Telefónica en el banco y darlo por pagado sin modificar su saldo. Naturalmente, a estas alturas el ordenador de su sucursal bancaria tenía muy pocos secretos para él. Pero en esta ocasión tendría que doblar las precauciones, por lo que lo mejor era efectuar las llamadas desde otro ordenador que haría de enlace y tapar él las facturas generadas. Para el caso de que el proceso se descubriera, lo mejor sería que el propietario del ordenador de enlace no supiese nada del tema y aquí es donde venía la fase más delicada de su plan.

Tenía que buscar un ordenador de suficiente capacidad, que estuviese conectado telefónicamente y cuyo usuario tuviese pocos conocimientos de informática para que no detectase las modificaciones que tendría que hacer en el aparato. Un amigo que trabajaba en un mayorista farmacéutico le proporcionó una lista de las farmacias que estaban informatizadas y, después de una cuidada selección, eligió la farmacia de Guadalupe.

Un día se presentó en ella como miembro del servicio técnico de la compañía instaladora del ordenador. Argumentando que en el mayorista se habían detectado unos defectos en la transmisión de datos, tuvo acceso al ordenador sin que se comprobase ninguno de estos supuestos. Casualmente en los pedidos de los últimos días había habido algunos errores que, como siempre, se achacaban al ordenador.

Con toda tranquilidad Paco instaló un segundo disco duro para su uso exclusivo y metió en él su programa de búsqueda. Conectó al modem interno un dispositivo que arrancaba el ordenador al recibir una llamada telefónica con un código determinado y luego se desconectaba automáticamente según instrucciones predeterminadas.

Por último modificó el protocolo de comunicaciones telefónicas, explicando a Guadalupe que los fallos se debían a un defecto del modem. Que así no habría ningún problema, aunque el estaría pendiente y si notaba algo raro volvería para solucionarlo. La farmacéutica se quedó encantada y él se aseguraba el acceso al ordenador sin ningún problema.

Las cosas iban mucho mejor de lo que esperaba. Esa misma noche Paco probó su instalación. Como esperaba, al cerrar no habían quitado la corriente pues en una farmacia la nevera ha de estar siempre en marcha. Así que el ordenador respondió al instante a su llamada. Le pasó una veintena de direcciones de bases de datos y las instrucciones para que trabajase con ellas esa noche.

Cuando al día siguiente, después de la jornada laboral, se puso en contacto con la farmacia para comprobar los resultados de la anterior investigación, se sintió un poco defraudado. Su programa sólo había podido entrar en una base de datos que no parecía tener informaciones de demasiada importancia. En el resto el acceso había sido denegado.

En las sucesivas noches que la farmacia no estuvo de guardia examinó esta base de datos analizando minuciosamente su protocolo de transmisión. Emulando dicho protocolo, en otras palabras haciéndose pasar por dicha base de datos, volvió a intentar el contacto con las redes que antes le habían denegado el acceso, consiguió entrar en algunas más y así, repitiendo el proceso, empezó a recibir más datos de los que podía manejar. Dejó que su programa, noche tras noche, fuese interrogando las distintas bases, recopilando informaciones para después examinarlas con tranquilidad.

La investigación llegó a obsesionarle. Apenas dormía intentando encajar datos. Una mañana, después de pasar toda la noche cotejando detalles, decidió ponerse en contacto con el ordenador de Guadalupe cuando faltaba menos de media hora para abrir la farmacia. Tenía que comprobar unas cosas y después podría seguir trabajando. En cuanto accedió se dio cuenta que alguien más había estado hurgando en las memorias. Pensó que Guadalupe le había descubierto. Quizás el verdadero servicio técnico había revisado el ordenador. Pero no, no era eso. Era un trabajo muy sutil, no borraron nada, pero habían cambiado las informaciones de algunos ficheros. Intentaron entrar en su programa de búsqueda y, aunque creía que no lo habían conseguido, modificaron el sistema de arranque para tratar de ponerlo en marcha.

Una fina capa de sudor helado cubrió su piel. Estaba asustado. No sólo le habían descubierto hurgando en informaciones evidentemente secretas e importantes, además consiguieron seguirle los pasos telefónicamente hasta el ordenador de Guadalupe. No sabía lo que su programa había descubierto esa noche, por lo que ignoraba quién había podido manipularlo, pero implicaba unos medios y un interés en localizar al intruso que le aterraron. ¡Tenía que borrar sus huellas!. Lo primero era volcar todos los datos del ordenador de Guadalupe al suyo, lo que llevaría bastante tiempo. Después formatear su disco duro en la farmacia para eliminar todo rastro. Por último borraría del ordenador de Telefónica los registros de sus llamadas. Con todo eso era imposible que le localizasen. Si se ponían en contacto con Guadalupe verían que ella no tenía nada que ver con el tema y él se tendría que contentar con las informaciones obtenidas hasta ese momento, que por lo visto no eran pocas.

Paco estaba ya más tranquilo y nuevamente enfrascado en el rompecabezas que suponían todos los datos que manejaba. Había dado orden al ordenador de la farmacia de que procediese al volcado de los datos con prioridad sobre su tarea primordial, lo que esperaba no produjese demasiados trastornos en el establecimiento. No se enteró de los problemas que Guadalupe tuvo esa mañana, ni de que desenchufó el ordenador a mitad del proceso, ni de la llamada asesina que recibió después. Tan concentrado estaba que, cuando alargó la mano para coger el teléfono que sonaba, no cayó en que la línea tenía que estar teóricamente ocupada con la comunicación entre los ordenadores. Nunca sabría ya que su sistema informático estaba totalmente inutilizado, ni por qué, ni cómo... aunque habría muerto más satisfecho de haberlo sabido.

FIN

Djan

- Djan, estoy recibiendo una llamada particular para ti -anunció Sig, el ordenador.

- Gracias, ¿de quién es?.

- No se identifica.

- Sig, todas las llamadas vienen identificadas.

- Ésta no.

Era muy raro, despertó su curiosidad y de todos modos no perdía nada por aceptarla. Encogiéndose de hombros dijo:

- Bueno, muéstrala.

Acto seguido en la pantalla apareció la palabra "HOLA".

Djan parpadeó perplejo, esperaba un holograma como era habitual o, como poco, una imagen de vídeo con su audio correspondiente. Ya nadie se dedicaba a mandar mensajes por escrito.

- Sig, ¿hay algún problema?, ¿y la imagen?.

- No parece haber ningún problema, pero sólo llega texto.

- Bueno, traduce mis palabras, no tengo ganas de escribir.

- Hola, ¿estás ahí? -volvió a aparecer en la pantalla.

- Sí, aquí estoy. ¿Quién eres? -preguntó Djan.

- Si interrumpo algo me lo dices, no me gusta molestar.

La verdad es que tenía bastante trabajo pendiente, pero no corría mucha prisa. Se dedicaba a hacer mediciones por diversos puntos de la galaxia. Una cosa necesaria pero monótona, lo más emocionante que le había pasado en el último mes era haber encontrado, cerca Cygnus-1, una concentración anormalmente alta de taquiones, lo que habría que investigar teniendo en cuenta la proximidad del agujero negro.

Solo en su nave, había aprendido ciertos trucos para conservar la cordura. Procuraba mantenerse frecuentemente en contacto con familiares y amigos. Y, sobre todo, charlaba a menudo con el ordenador de la nave. Le llamaba Sig, en memoria de Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis. Le hacía aparecer en un holograma con gafas de aro y barba blanca, adoptando incluso la personalidad de un psicoterapeuta, cosa que el ordenador podía hacer perfectamente. Estaba convencido de que sus largas sesiones de charla le ayudaban, curiosamente, a mantener el contacto con la realidad.

Pero todo tenía un previsible aire de cotidianeidad del que esta llamada le había sacado, así que era normal que, sin darse cuenta, cada vez estuviese más interesado en ella.

- No, no interrumpes nada. ¿Quién eres?.

- Vale. Soy yo, ¿tienes un ratito para charlar?.

Se sintió defraudado, hizo un rápido repaso mental de sus conocidos y no creía que ninguno le hablase así. Debería ser un error, la llamada no era para él.

- Perdona, pero me parece que te has confundido, creo que no nos conocemos.

- No, no me he confundido, quiero hablar contigo -escribió la pantalla.

- ¿Nos conocemos?.

- Claro, no podríamos estar charlando así si no nos conociésemos.

- Dime entonces quién eres -preguntó Djan.

- Soy quién tú prefieras que sea.

- Sig, ¿me estás gastando una broma?.

- ¿Quién es Sig? - preguntó la pantalla.

- ¡Sig!, no transcribas lo que te pregunto a ti -dijo Djan.

- Perdón, ha sido un proceso automático -se justificó el ordenador.

- Sig es mi ordenador -explicó Djan.

- ¿Prefieres hablar con el ordenador a hablar conmigo?.

- ¡No!, no es eso -en su voz había cierto tono de alarma y se preguntó si eso habría quedado transcrito-. Es que me estás liando y ya no estoy seguro de con quién hablo.

- No quiero molestar, será mejor que te deje.

- ¡No!, no te vayas, sólo dime quién eres.

- ¡Pero si ya te lo he dicho!.

- No me sirve.

- ¿No te gusta imaginar? -preguntó la pantalla.

- Sig, no traduzcas esto -se aseguró Djan.

- Entendido- respondió el ordenador.

- ¿Puedes localizar la llamada?.

- Ya lo he intentado, pero no lo consigo.

- ¡Eh!, ¿sigues ahí?- se impacientó la pantalla.

- Sí, claro -respondió Djan- es que me despistas.

- ¿Por qué te interesa tanto saber quién soy, si aquí nadie es lo que parece?.

- Sospechaba que algún amigo me estaba gastando una broma.

- ¿Y?.

- Ahora sé que no te conozco- afirmo Djan.

- ¿Ves como te contradices?. Dices que no me conoces, pero sabes suficientes cosas sobre mí como para pensar que no estoy entre tus amistades.

- ¿Por qué has decidido llamarme?.

- Porque me gusta hablar contigo, porque eres diferente. ¡Ah! y porque sé que a ti también te gusta hablar conmigo.

- ¡Pero si no nos conocemos!.

- ¿Otra vez con lo mismo?- protestó la pantalla.

- Vale, vale, ya sé. No insisto. Pero dime, eres una chica ¿no?.

- ¿Qué prefieres?.

- ¡Aaaaah no!, por ahí no paso. Puede que a ti te guste este juego pero yo necesito saber a quién me dirijo.

- Está bien. Sí, soy una chica, pero eso ¿qué más da?.

- Para mí es importante- respondió Djan.

- ¿Hará eso diferente nuestra amistad?.

- Mira, la amistad no tiene sexo, la relación sí. Uno no habla igual con un hombre que con una mujer. Me explico, ¿no?.

- Sí, pero creo que por aquí no tiene mucho sentido. En realidad podría ser un hombre y engañarte. Si lo hago bien tú no notarías la diferencia, así que ¿qué más da?.

- ¿No me estarás engañando?.

- No -le tranquilizó la pantalla-, sólo digo que aquí no es tan importante.

- ¿Sabes?, todo esto ocurre porque no podemos vernos ni oírnos. ¿Por qué no dejamos ya de escribir y establecemos una comunicación normal?.

- Porque así me ves y me sientes de verdad.

- No te entiendo.

- Pues es muy simple. Así me puedes ver con la imagen que tú prefieras y oír con la voz que más te guste. ¿No me dijiste que te gustaba imaginar?.

- Quiero verte -insistió Djan.

- Cierra los ojos y mírame.

- ¿Cómo te llamas?.

- ... Altair. ¿Y tú?.

- Djan. ¿Cómo te puedo volver a encontrar?.

- Yo te llamaré

- ¿Seguro?.

- ¿Te he engañado alguna vez?.

Djan sonreía cuando Sig anunció: "La otra parte ha cortado la comunicación". Y no dejó de pensar en Altair en todo el día.

Y efectivamente ella no mintió. Al día siguiente volvió a llamar. Y al otro, hasta que sus conversaciones se convirtieron en algo habitual. Siempre escribiendo, siempre huidiza. Inteligentemente, nunca se dejó atrapar por las disimuladas preguntas con las que Djan pretendía conseguir informaciones adicionales sobre su identidad. Consciente o inconscientemente, se resignó a que lo único que sabría sería lo ella quisiese contarle. Y la verdad es que le contaba muchas cosas. Adquirieron una enorme confianza que les llevaba a confesarse detalles tan íntimos que nunca había comentado a nadie. Era una sensación muy extraña, por una parte no sabía quién era, por otra tenía la sensación de haberla conocido siempre. Incluso en muchas ocasiones parecían adivinarse mutuamente el pensamiento.

Desde que charlaba con Altair habían disminuido sus sesiones de psicoanálisis con Sig. Sencillamente se lo contaba a ella, sus consejos eran menos profesionales pero mucho más humanos. Djan sentía que la necesitaba y al mismo tiempo sabía que ella le necesitaba a él de idéntica manera. Esta simetría hacía aún más agradable la relación.

Se dejó de preocupar por su identidad, o su aspecto, o por cómo localizarla. La mayoría de las veces parecía bastar pensar en ella para que Sig anunciase su llamada. Aunque quizás fuese que pensaba en ella bastante más de lo que él mismo reconocía. Tenía muchos ratos de tediosa monotonía, así que aprovechaba sus llamadas para hacer un agradable alto en sus actividades. Se sentaba en la sala de observación y disfrutaba de la cambiante visión del espacio mientras dictaba a Sig sus respuestas.

Allí estaba. Había llegado el día anterior a Puerto Arturo, una estación espacial en órbita de la estrella del mismo nombre. Había que hacer unas tareas de mantenimiento en la nave, pero lo supervisaba Sig, así que tenía unos días de ocio. De hecho, la estación obtenía sustanciosos beneficios a costa de los astronautas, quienes por fin tenían ocasión de gastar en ella el sueldo de meses. En la estación se podía encontrar de todo.

Djan prácticamente no había dormido la noche anterior y ahora disfrutaba contemplando tranquilamente la puesta de Arturo tras los anillos de Arturo-5, el gigante gaseoso más espectacular de la galaxia. Sig le anunció la llamada de Altair.

- ¡Hola cariño! -dijo Altair- ¡me gustaría que estuvieses viendo esto!, es precioso.

- ¡Hola Altair!, ¿qué estás viendo?.

- Estoy viendo la puesta de una estrella tras los anillos de un planeta gaseoso. Nunca me acostumbraré, de verdad. ¡Hay unos matices...!. La superficie del planeta se vuelve hipnótica y los rayos parecen jugar con los anillos. Es como una explosión de colores. Es como...

Djan tenía el pulso acelerado y la boca abierta por la sorpresa. En un principio pensaba decirle "¡Qué coincidencia!", pero luego se dio cuenta y no se lo podía creer. Por primera vez no escuchaba a Altair y en su mente se barajaban montones de argumentos. Hay millones de estrellas, muchas tienen gigantes gaseosos. Si las estrellas son de una magnitud considerable, sus rayos parecen jugar con las complicadas atmósferas de estos planetas y si tienen anillos el efecto se multiplica. No tenía ningún dato fiable, pero imaginaba que habría miles o incluso millones, de posibilidades de que Altair estuviese viendo la puesta de cualquier otra estrella. Se estaba diciendo todo esto cuando la interrumpió.

- Altair, ¿dónde estás?.

- ¿Qué?.

- Que dónde estás.

Altair tardó unos segundos en contestar en lo que Djan interpretó como un titubeo.

- En mi nave, claro, pero estoy viendo...

- ¿Has atracado ya en la estación?.

Nueva pausa.

- Djan, tengo que cortar.

- Vale. En la cubierta 3 hay un bar en el que la vista es todavía mejor. Tengo una mesa reservada junto a la ventana oval, la reconocerás en cuanto la veas. No tiene pérdida. Te espero, pero no tardes mucho.

Era la primera vez que tomaba la iniciativa, el corazón le iba a saltar del pecho.

- Djan, te confundes, estoy en la nave. No sé de qué bar hablas, ni de qué estación.

- Venga. Ha sido una coincidencia, no lo hemos buscado, pero si estás en la misma estación que yo tengo que verte. Compréndelo, si no aprovechamos esta oportunidad probablemente no se nos volverá a presentar otra.

- ¿Pero cómo...?.

- Altair... -apremió Djan.

- Tengo miedo.

- Yo también. Te espero.

Salió disparado, no tenía prisa pero simplemente no podía estar quieto. No dijo nada a Sig. Él había sido testigo de todo.

Prescindió de transportadores y elevadores. Fue caminando, buscando la soledad de escaleras y corredores. Necesitaba tranquilizarse. Respiraba lenta y profundamente. ¿Por qué estaba nervioso?. ¿Qué esperaba encontrar?. De Altair tenía sensaciones, cariño, ternura, inteligencia, comprensión... Indudablemente la quería, pero su cariño no estaba asociado a una imagen. No se sentiría defraudado fuese como fuese. Sólo quería experimentar las sensaciones que le faltaban. Sentir su mirada, el tacto de su piel, el sonido de su voz...

No servía de nada, se seguía sintiendo nervioso. Quizás tenía miedo de la evaluación que Altair pudiese hacer de él. Se repasó y se recriminó por no haberse cuidado lo suficiente en las temporadas que pasaba solo en la nave. Bueno, ya no tenía remedio. Además estaba seguro que Altair no se fijaría sólo en su aspecto físico.

Llegó al bar. Miró alrededor. Había varias chicas, alguna sola, pero ninguna tenía el aspecto de buscar a alguien. Fue a su mesa y se sentó mirando más la sala que la vista. Pidió un té frío que era la especialidad de la estación. Una bebida carbónica y refrescante que entonaba las resacas. Aunque si tenía resaca, la llamada de Altair la había hecho desaparecer, pero de todos modos le vendría bien para tranquilizarse.

Se estuvo fijando en todas las mujeres que entraban. Podía haberle preguntado, qué aspecto tenía o cómo iría vestida, pero eso la hubiese puesto más nerviosa. Iba descartando a todas, hasta que la vio. Enseguida supo que era ella. Entró tímidamente y se quedó buscando con la mirada a tres pasos de la puerta. Localizó la ventana y sus miradas se cruzaron. Esbozó una sonrisa y se acercó sorteando las mesas. Se encontraron a mitad de camino. Los ojos fijos el uno en el otro. Un beso en la mejilla. Se sentaron prácticamente sin tocarse.

- ¿Qué tomas?.

- No sé -dijo Altair-. ¿Qué tomas tú?.

- Un té frío, es típico de aquí.

- Pues lo mismo.

- Gracias por venir.

- Estoy asustada, no pensaba nunca conocerte en persona.

- Yo tampoco... ¿Estás decepcionada?.

- ¡No!, no, no es eso -se apresuró a contestar Altair-. Sólo es que aún estoy sorprendida. ¿Cómo supiste que estaba aquí?.

- Era demasiada coincidencia que los dos estuviésemos contemplando el mismo panorama al mismo tiempo... Demasiada coincidencia, incluso para un universo tan grande. En el fondo fue una corazonada. Sabía que algún día nos encontraríamos.

- ¿Sí?.

- Sí Altair. Inconscientemente no podía aceptar que tuviese tanta confianza con alguien que no conocía y que no pudiese conocer nunca.

Puso su mano sobre la de ella, pero notó como se retraía. Altair estaba violenta. Djan la retiró y dejó que sus ojos hablasen. Su nerviosismo iba en aumento. Mental y emocionalmente se habían explorado a fondo, en cambio, en el plano físico eran unos perfectos desconocidos. No sabían cómo actuar. Igual se había precipitado, igual había sido un error...

De hecho parecía que les hubiesen acabado de presentar. Estuvieron hablando de cosas superficiales. Buscando temas para evitar los embarazosos silencios que se producían de cuando en cuando. Risas nerviosas..., el tiempo pasaba. ¡Qué fácil es hablar sin mirar a alguien!, ¡qué libertad se siente sin conocerlo!. Ahora todo parecía inhibición...

Un silencio. Altair parecía estar buscando una excusa para despedirse. Djan estaba abrumado. De repente los sentimientos rompieron las barreras que los sujetaban y se dejó llevar por ellos. Se levantó y fue hacia Altair que le miraba sorprendida. La reunión estaba fracasando porque se estaban dejando llevar por los convencionalismos, olvidando que ellos ya se conocían profundamente.

Tomó las manos de la muchacha y le hizo levantarse de su asiento. La acercó hacia él y la abrazó. Ella, tensa, se dejaba abrazar sin responder, un poco avergonzada porque varias personas del bar les miraban.

- Altair, soy yo.

Ella le miró como si hubiese acabado de despertar. Se abrazó fuertemente a él sin poder reprimir las lágrimas.

- ¿Qué nos ha pasado?.

- Nos falta costumbre -respondió Djan-. No sabemos vernos ni tocarnos. Hemos sido capaces de transmitirnos sentimientos sin pudor, de una manera sincera y desinteresada, sin que pesase sobre ello nuestra propia realidad. Al vernos, al poder tocarnos, nos ha fallado nuestro sistema de comunicación habitual.

- Me encontraba mal, quería irme...

- Probablemente lo hubiésemos arreglado enseguida, la próxima vez que hablásemos -le quitó importancia Djan.

- Nunca me hubiese perdonado haber perdido la oportunidad de abrazarte.

- Ahora nos llevamos un recuerdo, una imagen, un tacto, un olor...

Estuvieron hablando bastante tiempo. Comunicándose sin miedo al contacto. Salieron del bar cogidos de la mano y se despidieron con un tímido beso en los labios. Altair ya se tenía que ir. Se miraron por última vez y por última vez fueron ellos mismos...

Pasaron varios días. Djan no entendía nada.

- Sig, ¿cómo puede alguien pretender entender lo que piensa otra persona?.

- ¿Altair?.

- Altair, sí. No somos los mismos. Hablábamos sin conocernos y teníamos muchísima confianza el uno en el otro. Luego, cuando nos vimos, parecíamos no reconocernos. Cuando por fin rompimos esa barrera todo fue perfecto. Pero ahora, cuando hemos superado lo más difícil, ahora..., ahora nada es igual. A veces tampoco la reconozco, no sé con quién estoy hablando...

- ¿Ella qué piensa?.

Sig tenía todas las conversaciones registradas en memoria, pero disimulaba y daba un aire de confidencialidad. Djan lo sabía, pero se sentía más cómodo.

- Creo que lo mismo que yo, pero no estoy seguro. Se lo he preguntado directamente pero dice que no pasa nada, que todo sigue igual. ¿Tú crees que se decepcionaría al verme?.

- Puede ser. ¿Te decepcionaste tú?.

- No, nada de eso. No tenía una imagen prefijada, sólo sensaciones, afecto, cariño..., todo eso se mantuvo. Su aspecto no me importaba..., aunque es muy guapa.

- ¿En qué ha cambiado entonces tu imagen de ella?.

- Tengo los mismos afectos, pero su imagen ahora está definida. Veo su rostro, oigo su voz... Ahora es todo real, antes me faltaba eso.

- Entonces...

- No entiendo.

- Tú mismo lo has dicho -afirmó Sig.

- Claro..., me refiero a que..., ¡¡¡Ah!!!. ¡Imaginación!, ahora no necesitamos la imaginación. Pero, ¿tú crees que eso es tan importante?.

Sig sólo se limitó a devolverle la mirada.

- Ya no necesitamos imaginar -continuó Djan-. Nos ha pasado como al niño que sueña con un juguete hasta que al fin lo posee. Desde ese momento ya no necesita soñar más. Se pierde el interés.

- No tan crudo, pero algo así.

- Claro, claro... Era un símil para aclararme yo. En la virtualidad impera la imaginación, si eso falla, falla todo. Es eso, ¿no?.

- Me temo que algo de eso puede ser, sí.

- Es muy duro, Sig. ¿Las amistades de la virtualidad no pueden pasar a la realidad?.

- La amistad claro que sí, la magia parece que no. Ahora Altair y tú sois buenos amigos, lo que habéis perdido es el misterio de antes. Tienes que valorar qué prefieres si la amistad real o la magia virtual.

- Mmmm, sigue siendo duro. Un enigma sin solución. Cuando nos vimos nos costó pasar del mundo virtual al real y ahora la experiencia real nos impide recuperar la antigua virtualidad.

Djan estaba triste. Sus últimas palabras fueron apenas un susurro. Sig tuvo que leer sus labios para entenderlas.

- Amistad o magia... ¿Tú con qué te quedarías?.

FIN

Algo parecido a la historia de Buscador

Al principio había gas y no existía el tiempo, sólo una nube etérea. Luego, muy poco a poco, las partículas se fueron concentrando en pequeños torbellinos que aumentaban lentamente, en cada revolución. Apareció un núcleo y varios planetas a su alrededor y él era uno de ellos. Giraba una y otra vez, atrapado en un carrusel sin final, creciendo en cada vuelta.

Y el núcleo, cuando llegó su momento, se encendió y se convirtió en una estrella que le calentó. Y su interior empezó también a reaccionar. Y cuando llegó su momento también él despertó. Y el tiempo comenzó a correr y él comenzó a sentir y supo que existía. Y sintió algo parecido al miedo y se asustó.

Vueltas y más vueltas. Todo seguía igual. Se calmó y se examinó. Y tuvo conciencia de sí mismo y del exterior. De la fuente de calor que le retenía, iluminaba y caldeaba. Y también tuvo conciencia del frío exterior por el que se movía. Y se supo diferente y sintió algo parecido a la soledad.

Sentía calor, sentía la fuerza de la gravedad que le unía a los otros objetos, sentía las corrientes eléctricas que manaban por su interior y las que le llegaban de fuera. Eran sus tres sentidos. Sin lugar a dudas los sentidos más importantes de todo ser. Y aprendió a usarlos y los aguzó. Y buscó a alguien más y no lo encontró. Y sintió algo parecido a la tristeza.

Y giró y giró, pues siendo el único ser, no podía si no seguir existiendo. Y sintió algo parecido a la resignación.

En una vuelta, a su superficie cayó un extraño objeto que empezó a desplazarse con enorme rapidez, a arañar y a llamar. Y sintió algo parecido a la curiosidad.

Y el objeto le llamaba y él le sentía, aunque no le entendía. Y sintió algo parecido a la alegría.

Y le respondió y el objeto pareció comprenderle y le habló más lentamente, abandonando el tono embarullado del principio. Y supo que había alguien más. Y sintió algo parecido a la amistad.

Y aprendió que había otros seres distintos a él, que venían a hacerle compañía. Y sintió algo parecido a la gratitud.

Y siguió girando y aprendiendo. Conociendo que había otros seres como él que aún no podían pensar y otros seres muy distintos que pensaban como él. Y estuvo contento. Y sintió algo parecido a la esperanza.

FIN

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